Diego Rivera, La molendera (1924)
A la mesa se sientan Francisco
y Anita, indígenas quichua. Francisco y Anita comen, conversan en su lengua
indígena; hablan de sus hijos, de las andanzas de algún vecino, de la siembra.
Hace ya algunos años que Francisco volvió de España. Tantos como él partieron y
quizás no vuelvan, aunque la plata no compense cada día arrancado a la
melancolía, no alivie la soledad de un pobre indio que de noche recorre un país
desconocido para vender sus artesanías de ciudad en ciudad.
En un rincón de la
habitación, que hace las veces de cocina, comedor y sala de estar, un televisor
murmulla. Nadie atiende. Por un instante Francisco y Anita callan, y de
repente, en medio del silencio inesperado, una voz femenina irrumpe sin pudor: «Estar suave es una de las
mayores preocupaciones de una mujer» dice, desde el otro lado de la pantalla,
en español.